Tiene tu cuerpo la gracia del estío, y en tus caderas canta la marea. El sol, galán antiguo, te desea con desmanes de oro y desvarío. Tu andar es verso libre, desafío; al tiempo que te mira y tambalea, la arena se arrodilla y se pasea, y el viento renuncia a su albedrío.
Surge del resplandor, como un susurro entre sombras, no teme al fuego ni a los secretos del deseo. Apunta al cielo, como si desafiara a las estrellas a contarle algo nuevo. Vestida de noche, con la piel como promesa y los lazos como advertencia, camina entre miradas que no saben si temerla o seguirla. No lanza maldiciones, lanza silencios que arden, miradas que hipnotizan, presencia que transforma. Ella no es disfraz, es ritual. No es personaje, es poder.