Un mundo doméstico
tiene una revolución de calzoncillos
y calcetines sin pareja.
Un olor de ropa fresca y fruta limpia,
de cocina sabia y de manjar absoluto.
Una sinfonía de colores abruptos,
de risas sinceras y anacolutos.
Y caricias sentidas de ese amor sin castigo
que a veces arde en la llama de un hogar.
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